sábado, 23 de julio de 2011

Tierra de nadie

Y entonces tuvo que salir de allí. La ciudad se esforzaba a diario en alimentar su rencor, susurrándole cada mañana ‘vete de aquí, este no es tu lugar’.

Él se levantaba, como cada día, con la esperanza de que fuera mejor que el anterior, con la esperanza de vivir algo nuevo, refrescante.

Sin embargo, la nada. La misma gente, los mismos lugares que visitar. Ni siquiera la playa, antigua confidente, podía calmar su angustia interior. La imaginación volaba entonces hacia un lugar mágico, inexistente, donde todo se hacía realidad, un laberinto en el que cualquier camino conducía a la salida.

Salía cada día con gente nueva, visitaba nuevos lugares inexplorados hasta entonces, cada día ofrecía algo refrescante, novedoso, era feliz. No pensaba en un mundo lleno de mariposas y felicidad, no había edificios de chocolate y la gente no te sonreía a diario, no lo necesitaba. Sólo ansiaba llegar al final del túnel, donde una luz iluminaba la oscuridad en la que se veía inmerso. Esa luz, de naturaleza desconocida, era más que suficiente.

Como cada noche, hacía ese viaje, pero a la mañana siguiente todo era oscuridad. Aquel lugar sin nombre, tierra de nadie repleta de oportunidades, era la única esperanza.

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